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Mostrando las entradas de febrero, 2021

La herida

  Por: Mariana Jiménez Arango Un cañón invertido enmarca el más rojo de los atardeceres Primero un tejido negro una selva desboca al más experimentado explorador Aquella llaga nunca sana vuelve y sangra Es profundamente mía pero la heredé de mi madre Y mis abuelas y sus abuelas La luna también mecía sus océanos La cara oscura siempre sonríe con pintura de guerra color carmín Túnel de Möbius El eterno retorno Tiempo cíclico y atento El verdadero centro de gravedad Corte autoinfligido por la naturaleza La ruptura conlleva la creación Puertas del bien y del mal La pregunta es la llave Una manada de lobas magdalenas Sus llantos son aullidos unidos son arengas Por fin se oxigena la mala sangre La vida de la vida La negación de la negación La multiplicidad de la unidad Esta herida es nuestra sanación

De una estudiante, a un profesor. Una carta que invita a una reflexión

  28/08/2020  Buenas tardes, espero estés muy bien. Escribo ésta carta con la intención de entablar un diálogo acerca del taller 6, que nos asignaste en tu última clase de “la comunicación”, hoy he  estado replanteándome los lenguajes violentos y estructuras opresivas que a mi modo de ver están implícitos en ésta tarea. Lo cual me llevó a tomar la decisión de no hacerla. Pero, ya que me parece una tarea supremamente delicada y que debe ser replanteada. Me parece un total irrespeto no entregar una asignación. Así que, decidí escribir ésta carta para expresar mis razones y proponer un nuevo taller para próximas ocasiones o para establecer un debate en clase. La instrucción del sexto taller es “diseñar un outfit (alterego): feminista, Afro e indígena”. En primer lugar pienso que, como todo en la vida, las cosas no pueden extraerse de su contexto, y es necesario entender que estas tres poblaciones son grupos sistemática e históricamente oprimidos. Mediante repercusiones opres...

Not a sun’s flower

Por: Ana Sofía Romero She had gotten used to watch him all day long to turn her head around and wait for him to return His presence was so bright his face displayed the prettiest features His candor warmed the hearts of even the most stubborn creatures Yet she was used to ignore his reputation of being a liar The rumours that his beauty hid the poison of a deadly viper While he wandered through the world Mrs Sunflower distressed When he was not around the darkness made her scared Light was nowhere to be found for night was too obscure And cold breezes found their way of pressing on her deepest wounds Carrying back old nightmares but never an actual cure So every night she prayed for her lover to come back the next day To cross the azure once more and say it was all for her But one time, once again  a cold breeze visited her at night and instead of torturing her psyche it gently whispered from behind Revealing the wild adventures her lover easily hid The countless amount of Roses, L...

La relatividad ontológica de Quine y por qué esto podría dar luces en debates feministas

Por: Maria Camila Collazos   En el texto de “La relatividad ontológica” (1969) de Quine, el filósofo del lenguaje se encarga de argumentar su posición de que las palabras son inescrutables con relación a su referencia, de ahí su relatividad ontológica. En otras palabras, Quine va a los límites del lenguaje al momento de filosofar sobre la referencia de las palabras. Además, y es algo que mencionaré brevemente al final, considero que este problema puede ayudarnos a pensar de una forma un poco más profunda en algunos problemas que hay entre posiciones feministas, ya que muchas veces el dilema surge al momento de pensar qué significan o a qué refieren ciertas palabras.   En primer lugar, hay que tener en cuenta que Quine, como Dewey, era un conductista. Es decir, creía que el significado de las palabras se manifestaba únicamente por medio de las conductas externas y no por estados mentales: “El lenguaje es un arte social que todos adquirimos con la única evidencia de la c...

Mujeres bellas y tristes

Por: María Sofía Vergara La primera vez que vi a Elizabeth tenía unas ojeras tan oscuras y grandes que parecían pedazos de cera derretida por toda su cara. Sus pobres ojos hinchados de tanto llorar a duras penas se abrían bajo la luz blanca e intermitente de la cocina, donde todos los días tenía que freír la yuca y el plátano. Su pelo era corto y quisiera decir que liso, pero más que liso era tieso. Muchos días sin agua caliente o sin ganas de lavarse a profundidad su conflictuada cabeza, repartida entre esposos, hijos, sobrinos, nietos, y su grasoso cuero cabelludo. Su pelo se veía desde lejos negro y tieso, y de a momentos, unos apenas perceptibles pelos blancos, se asomaban en su cabeza como cuando pequeños pedazos de comida se quedan atrapados en los dientes. Pero tampoco puedo dar más detalles de su cabeza porque siempre me dio mucha pena mirarla tanto tiempo, así fuera de reojo. Lo que sí sé es que su cuerpo era grande y pesado y cuando subía las escaleras tenía que cogerse muy b...