La relatividad ontológica de Quine y por qué esto podría dar luces en debates feministas
Por: Maria Camila Collazos
En el texto de “La relatividad ontológica” (1969) de Quine, el filósofo
del lenguaje se encarga de argumentar su posición de que las palabras son
inescrutables con relación a su referencia, de ahí su relatividad ontológica.
En otras palabras, Quine va a los límites del lenguaje al momento de filosofar
sobre la referencia de las palabras. Además, y es algo que mencionaré
brevemente al final, considero que este problema puede ayudarnos a pensar de
una forma un poco más profunda en algunos problemas que hay entre posiciones
feministas, ya que muchas veces el dilema surge al momento de pensar qué
significan o a qué refieren ciertas palabras.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que Quine, como Dewey, era un
conductista. Es decir, creía que el significado de las palabras se manifestaba
únicamente por medio de las conductas externas y no por estados mentales: “El
lenguaje es un arte social que todos adquirimos con la única evidencia de la
conducta manifiesta de otras gentes en circunstancias públicamente
recognoscibles” (p. 43).
Quine distingue dos aspectos de las palabras: el fonético y el
sintáctico. Y empieza su análisis a partir del segundo. Quiere mostrar la
inescrutabilidad de la referencia de las palabras y para eso empieza hablando
de la noción de identidad de significado en las traducciones de un lenguaje a
otro. Arma el ejemplo artificial del “gavagai”, donde gavagai se pueda traducir
como “conejo” o como “conejeidad” y donde ambas traducciones son igualmente
correctas y acertadas. Cuando esto sucede, nos damos cuenta de que hay un
problema, pues no podemos saber exactamente a qué se refiere el hablante del
otro idioma, en parte porque nos hacemos esa pregunta parados desde el nuestro.
Pero Quine no se queda allí y pone otros ejemplos no solo en otros lenguajes,
sino en el español mismo (inglés, el idioma original). Por ejemplo, la palabra
“verde” la podemos usar para referirnos a algo concreto (en sus términos,
ostensión directa) o a algo abstracto (en sus términos, ostensión diferida): el
césped es verde y el verde es un color, respectivamente. Lo anterior, dice él,
muestra la inescrutabilidad de la referencia.
Para complementar su estudio, mezcla la filosofía del lenguaje con la
filosofía de las matemáticas y habla de los “naturales” como palabra. De este
modo,explica su posición de que “las expresiones se conocen solamente por sus
leyes” (Quine, p. 64). En este caso, los números naturales se conocen solamente
por las leyes de la aritmética, “tales que cualesquiera constructos las
obedecen -ciertos conjuntos, por ejemplo-, son elegibles como explicaciones del
número” (íbid). Así, dice él, Aritmética es todo lo numerable y no hay
tal cosa como los números (es decir, niega una concepción platónica de los
números), sino solamente aritmética.
En ese sentido, podemos ver que la inescrutabilidad de la referencia se
da en muchos niveles distintos. En particular, se da en el propio idioma. Y
cuando tenemos que interactuar con otro hablante aplicamos el “principio de
caridad”, en el cual nunca podemos saber exactamente a qué se refiere nuestro
interlocutor, pero para términos prácticos lo adaptamos a lo que nosotros
creemos que es lo correcto. No obstante, lo más interesante viene cuando el
nivel al que llega la inescrutabilidad es en la casa misma, es decir, el
lenguaje que nosotros mismos usamos. Para este punto hay que tener en mente
que, como Wittgenstein, Quine no cree en lenguajes privados.
Se podría decir, además, que en la práctica la pregunta por la
referencia de un término se detiene en el acto de señalar. “Pero señalar es
insuficiente porque ningún hecho sobre el acto de señalar permite contestar la
pregunta por la referencia de los términos. Luego, la pregunta por la
referencia es relativa a un sistema de coordenadas en el lenguaje materno”
(Barrero).
Quine dice que decimos ‘verde’ y ‘conejo’ “precisamente con estas
palabras. Esta red de términos y predicados e instrumentos auxiliares es, en la
jerga de la relatividad, nuestro esquema de referencia, o sistema de
coordenadas” (68). Es decir que cuando analizamos nuestro propio lenguaje, vamos
de referencia en referencia hasta un posible regreso al infinito en el cual
estamos intentando descifrar algo de las reglas del juego con las mismas reglas
del juego. Por lo anterior, Quine enfatiza en el esquema de referencia o el
sistema de coordenadas. Entonces, concluye, “la referencia es un sinsentido
excepto como relativa a un sistema de coordenadas” (69). Y más adelante: “El
lenguaje de fondo da sentido a la cuestión, pero sólo un sentido relativo; un
sentido relativo a él, al lenguaje de fondo” (69).
¿Qué sucede, entonces, con las teorías que están dentro de este
lenguaje? Cada teoría tiene sus objetos, pero dado lo anterior no son
objetos absolutos, sino relativos al lenguaje de fondo o sistema de
coordenadas. “Lo que tiene sentido no es decir cuáles son los objetos de una
teoría, absolutamente hablando, sino cómo una teoría de objetos es
interpretable o reinterpretable en otra” (70-71). Al respecto, Quine agrega que
“no podemos [ni siquiera] exigir que las teorías sean completamente interpretadas,
excepto en un sentido relativo, si algo ha de ser tomado como una teoría” (72).
Dado lo anterior, me parece pertinente traer a colación algunos debates
feministas en los que se enfrentan dos teorías distintas, pero ambas
autodenominadas feministas, donde cada una tiene un objeto o nombre que
fonéticamente es igual, pero que difiere en cuanto a significado o referencia.
Claramente, en ese caso no hay una noción de identidad de significado, a pesar
de que se use la misma palabra. Hay relatividad que excede a ambas teorías,
pues ambas están bajo un sistema de coordenadas diferente y, cuando se trata de
ponerlas en relación, se reinterpreta siempre de un modo que resulta violento
para alguno de los dos lados. Sin embargo,ninguna tiene un objeto absoluto,
simplemente, porque no lo hay. Este debate da para otro texto, pero quiero
mencionar por último que en este debate, debemos pensar en las
consecuencias políticas y las razones históricas de escoger uno u otro
significado. Si el debate se centra, por ejemplo, en la pregunta de qué
significa la palabra “mujer”, entonces hay que pensar que históricamente ha
sido una palabra que se ha usado como oposición a “hombre” para marcar una
diferencia sexual entre humanos. Además, también históricamente, las feministas
se han valido de esa definición para hacer una denuncia a la opresión que han
(hemos) vivido a causa del sexo con el que nacimos. Entonces, las consecuencias
políticas de cambiar ese significado por otro implican que se borraría, de
alguna forma, esa denuncia y la diferenciación entre sexos (que es importante
no solo en términos de la lucha política que acabo de mencionar, sino también
porque habitar en el mundo con un determinado sexo implica a su vez una forma
distinta de experimentarlo). Otra consecuencia podría ser que nos veríamos
obligados a buscar otra palabra para ese significado, pero ¿por qué habríamos
de hacer tal cosa?
Para finalizar, la pregunta por las palabras y sus referencias implica
una pregunta por el ser (y esto explica el nombre del texto). Con lo cual, la
relatividad dada por el lenguaje de fondo o sistema de coordenadas implica
también la existencia de relatividad ontológica, donde no hay nada absoluto.
Esto es, porque al preguntarse por el ser hay circularidad: “Una cuestión de la
forma “¿qué es un F?” puede contestarse solamente recurriendo a un término
ulterior: “un F es un G”. La respuesta tiene solo sentido relativo: sentido a
la aceptación acrítica de ‘G’”. (74). Con lo cual, las cuestiones ontológicas
son relativas a una teoría de fondo. Tal y como cuando hablé de los debates
feministas a modo de ejemplo: “No podemos saber qué es una cosa sin saber cómo
está delimitada de las demás cosas. De este modo, la identidad es una con la
ontología” (76). No hay más.
Referencias
Quine, W. V. O. (1974). La relatividad ontológica y otros ensayos.
Tecnos.
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