Testimonio sobre experiencia en el feminismo

 Por: Maria Camila Collazos

 

    Escribo esto a modo de escape y de catarsis.

   Mi experiencia en el feminismo no fue de tajo, me he ido metiendo un poco más, poco a poco, conforme pasa el tiempo. Desde niña notaba cosas raras que me disgustaban mucho, pero no tenía nombres para etiquetarlas o quejarme de ellas. Se me hacía raro que fuera más fuerte que un niño le dijera a una niña “fea” a que ella le dijera eso a él, por ejemplo. Luego, de adolescente, mi forma de reaccionar ante las decepciones amorosas de esos momentos era tachar a las otras de “perras” o de “fáciles”, misoginia de mi parte. Luego crecí un poco más y mi forma de sentirme liberada era, irónicamente, actuar de perra y de fácil con cuanto hombre me atrajera lo suficiente. No me importaba lo que dijeran de mí y con eso me bastaba para sentirme libre (¿Qué es la libertad? Y en particular, ¿qué es la libertad siendo mujer? Todo esto me hace pensar en la situación de la espada y la pared en la que vivimos en muchos casos donde sea lo que sea que hagamos, vamos a terminar siendo juzgadas). 

    Tiempo después viví cosas mucho más fuertes que aún no estoy lista para contar, pero que algún día haré, cosas que son consecuencia del machismo, experiencias que solo una mujer podría vivir. Justo después de eso llegó a mi vida la clase de Feminismo(s) dictada por Allison Wolf (una mujer a quien admiro), una clase que lo cambió todo. En esa clase aprendí la teoría básica del feminismo, me di la oportunidad no solo de conocer, sino también de criticar las posturas feministas. Como soy yo, siempre tenía un “pero” para todo. Por eso mismo, y a pesar de que muchas compañeras iban escogiendo rápidamente su postura favorita, yo decidí llamarme feminista a secas porque aún no tenía argumentos suficientes para irme por una rama en específico. Pero aprender de feminismos es conocer las tensiones que hay dentro de un mismo grupo de personas que quieren luchar contra la opresión que vivimos las mujeres y también es entender que es una lucha que está muy cerca a otras (por ejemplo, existe la herramienta de feminismo interseccional, hay feminismos negros y marxistas y hay luchas trans).  Además, aprender de feminismos es sentir fuertemente, es permitirse sentir el dolor, la rabia y enfrentar el miedo. No es algo que se aprenda solo por el lado de lo teórico, al contrario, el feminismo se siente desde las tripas y por eso mismo se siente la necesidad de llevarlo a la práctica.

    Conforme fue pasando el tiempo, las ideas que aprendí en la clase volvían a mí cada tanto, cada que vivía la opresión en carne viva o cada que veía a una compañera viviéndolo, fuera en noticias, en redes sociales o conversándolo con mis amigas. Además, interactuando en Twitter y leyendo a unas mujeres admirables, me di cuenta de los abismos que hay entre posturas. Hay muchas disputas en este momento, por ejemplo: por la forma de enfrentar la prostitución, el género y el concepto de mujer. Me voy a detener en el último y a expresar mi posición al respecto. Mi forma de entender los conceptos no es naturalista, sino nominalista. Parto creyendo que los significados o definiciones que le damos a los conceptos no están en algún lugar a modo de realidad platónica. Creo, al contrario, que los humanos le damos realidad a las cosas a través del lenguaje y que eso se va dando conforme interactuamos en los actos de habla. Entonces, cuando nos preguntamos por cuál es la definición de “mujer”, yo no creo que haya una respuesta absoluta, una respuesta verdadera o una correcta. Lo que pasa ahora, en mi opinión, da cuenta de eso, el concepto está en disputa por razones políticas e históricas. 

    Mi posición al respecto se adhiere a lo que el feminismo radical teoriza sobre lo que es ser mujer: la definición de mujer la basamos en el sexo. Nuestra experiencia como mujeres se vive a partir de lo que implica tener vulva. La posibilidad de gestar o la imposibilidad de hacerlo (que no creo que sea la misma imposibilidad que vive un hombre); la ausencia de útero después de haberlo tenido; los métodos hormonales para planificar; el acoso sexual; la violación; la prostitución (que se da diferente de acuerdo con el cuerpo que habita cada persona); el feminicidio. La opresión que hemos vivido se basa en nuestro sexo y esa es la causa que nos une para resistir y hacer algo ante ello, desde conversar en espacios separatistas y desahogarnos de todas las experiencias que, prácticamente, todas tenemos por contar, hasta llevar a la práctica las ganas de quemarlo todo en el mundo asqueroso en el que nos tocó vivir. 

    Ser mujer, entonces, no es lo mismo que ser femenina. No creo que sea usar falda, no creo que sea usar maquillaje, tacones, tener tetas grandes y mucho menos usar ropa estrecha y apretada. De hecho, algo que me pregunto (y que creo que todas las feministas lo hacemos) es precisamente ¿qué es ser femenina? ¿qué es ser masculino? Tal vez sean ficciones cada vez menos útiles y, creo yo, demasiado borrosas, frágiles e incluso violentas, ¿por qué usar el color rosa tiene que ser femenino? Tradicionalmente, el sistema patriarcal en que vivimos nos ha hecho pensar que lo masculino se asocia con el razonamiento lógico y matemático mientras que lo femenino se asocia al cuidado. ¿De qué nos sirve seguir nombrando esas ficciones? ¿De qué nos sirve darle existencia a esas ficciones cuando las nombramos? Obvio, ni el razonamiento lógico, ni el maquillaje, ni la ética de cuidado van a dejar de existir, pero eso no significa que las sigamos encasillando en esas divisiones de género cada vez más confusas. Digo esto respondiendo a un argumento que vi en estos días que decía que al intentar abolir el género no se está haciendo nada, pues igual esas cosas van a seguir existiendo. 

    De hecho, en el feminismo radical se pretende abolir el género, precisamente por considerarlo violento e innecesario. Otra razón para hacerlo me remite a cosas que he vivido desde mi ámbito familiar, pero que están en toda parte: los estereotipos de género basados en el sexo se han metido desde antes de que tengamos memoria. Ni ha nacido un bebé, pero desde que se sabe que el feto tiene pene han decidido comprarle cosas de hombre, ropa azul, carros y demás. Ni ha nacido un bebé, pero desde que se sabe que el feto tiene vagina han decidido comprarle cosas rosadas, libros de princesas y esmaltes para cuando crezca. ¡Una aberración! ¡Un chiste de muy mal gusto! Dirían, si se me ocurriera comprarle un esmalte rosa a un niño pequeño. A las mujeres desde pequeñas nos meten en el chip la ética de cuidado, a los hombres la de control. Por eso considero que el propósito de abolir estas ficciones es una tarea osada, pero bonita e, incluso, liberadora.

    Tuve que venir a desahogarme acá porque me conmueve mucho el hostigamiento que han conseguido los detractores del feminismo radical en redes sociales y en particular en Twitter. Muchas de las personas que están más familiarizadas y que empatizan más con otros movimientos y, por supuesto los machos de siempre, han conseguido tergiversar el movimiento e incluso insultarlo, haciendo quedar a las mujeres como unas violentas excluyentes. Me molesta profundamente esto por varias razones: la primera, que como dije antes, es algo que me afecta desde las entrañas y de lo cual no lo puedo ver simplemente desde un punto racional y no-emocional (y claro que esto no está mal). La segunda, cuando los otros grupos teorizan sobre nosotras, las mujeres, terminan poniéndonos etiquetas que también terminan siendo violentas al invisibilizar nuestra existencia. Con esto quiero decir que en otras posturas no se habla de la experiencia que las mujeres tenemos por el cuerpo que habitamos, algo fundamental, ni siquiera hablo aún de la violencia u opresión, hablo de que dependiendo del cuerpo que cada ser vivo habita tiene una experiencia del mundo diferente. No es lo mismo ser vaca que humano y jamás podremos saber qué es el mundo para una vaca. No es lo mismo nacer con una vagina a nacer con un pene, tanto por cuestiones biológicas (por ejemplo: un hombre nunca va a saber lo que es menstruar, lo que es gestar o lo que es abortar), como por cuestiones sociales (lo que mencioné antes: dependiendo del sexo con el que nazcas te imponen unos roles de género que, claro, son socialmente construidos). La tercera, porque duele aún más ver mujeres despotricando de un movimiento que ni siquiera conocen, pero que irónicamente me haría pensar que me acercaría a ellas.

    A modo de cierre: a pesar de todos estas dificultades y dolores que he sentido por ser más activa en el feminismo, a pesar de la tergiversación y a pesar de los insultos, estoy muy contenta de estructurar cada día un poquito más mi forma de entender el feminismo, tanto desde la teoría como desde mis emociones y mis experiencias diarias. También, estoy muy contenta de estar más activa políticamente en el movimiento, de pertenecer al Comité Las Furias del Departamento de Filosofía de la Universidad de los Andes porque me ha permitido conocer un nuevo tipo de juntanza con mujeres increíbles y porque me ha permitido cambiar algo (por más pequeño que sea) del mundo en el que vivo y, en particular, cambiar algo de los espacios donde hice mi pregrado porque, aunque no lo mencioné arriba, la academia (en particular la academia filosófica) es otro lugar lleno de misoginia y cosas feas que hay que cambiar. Seguimos y seguiremos resistiendo. Y por mi parte no tendrán más la comodidad de mi silencio. Al contrario, aquí está mi voz y todo mi apoyo con las mujeres que se quieran acercar a mí, aquí estaré para escucharlas y apoyarlas en lo que pueda.

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