Una carta sobre mi comienzo en el feminismo

Escrito por: María Paula Corredor Galvis                 

Hola, mamá. Decidí escribirte esta carta hoy porque quiero contarte cómo ha sido mi recorrido por el camino del feminismo y a la vez quiero que me ayudes a recordar todo lo que me has enseñado y lo que he aprendido hasta este momento, para no perder el rumbo en esta travesía maravillosa en la que decidí embarcarme desde ya hace un tiempo.

Cuando comencé en el feminismo sólo estaba llena de preguntas, de incógnitas y de unas ansias infinitas por encontrar respuestas y por entender qué era eso que llamaban “feminismo” y por qué al escucharlo automáticamente en mí se encendía un interés y unas ganas de aprender y escudriñar más sobre ello. Como cualquier otra persona, lo primero que hice fue buscar su significado en Internet, al hacer “click” se despegó una lista de diferentes “tipos” de términos desconocidos hasta ese momento para mí y un sin número de referencias que no entendía, pero que entre más recorría y leía me invitaban a dar mi mayor esfuerzo por comprenderlos e interiorizarlos, para de esa forma tener mi agenda llena de interrogantes, los cuales no paraba de lanzar a mis amigas feministas o que tenía siempre en mente para encontrar respuestas a ellos en mi cotidianidad. Con esa variedad de términos en mi cabeza comencé a entablar diálogos con personas a mi alrededor, aquellas que se declaraban feministas y aquellas que no lo eran comencé a llenarme de más conocimiento y comencé a comprender mejor lo que esos términos significaban y porqué eran importantes, me encaminé a entender qué usos tenían y de dónde provenían. Fue así que decidí que era necesario comenzar a leer más y más sobre feminismo por mi cuenta. Consulté diferentes fuentes para ubicar literatura relacionada con el tema, indagué con amigas y conocidas sobre autoras, textos o artículos que me pudieran recomendar. En ese momento llegó a mi el nombre de Simone de Beauvoir. 

Con aquel nombre en mente, un día tomé la decisiónde ir al centro en búsqueda de aquella autora francesa, de la cual lamentablemente en ese momento la única referencia que tenía era ser “la esposa de Sartre” y que en aquel texto que estaba a punto de comprar, se trataba el tema del “feminismo de la igualdad”. Llegué a una librería y pregunté por “El segundo sexo”, quién me atendió me paso un libro bastante pesado y gordo y lo primero que pensé fue:  “¿Cuándo me terminaré de leer esto?” pero aquel pensamiento fue pasajero, pues las ansias por entender mejor qué y cómo lo interpretaba Beauvoir desvanecieron cualquier idea de desistir de comprarlo. Comencé a leer aquel libro, quería acabarlo lo antes posible para poder entender qué significaba “feminismo de igualdad”, pues en mi limitado conocimiento pensaba que el feminismo era uno y ya, pero al avanzar y sumergirme en esas páginas, entendí que no existía un solo feminismo, que en realidad existen varios y que cada uno defiende una posición y tiene algo muy distinto por decir. 

Cuando terminé de leer a Beauvoir, la frase que más me impactó y que he interiorizado desde entonces es la de “no se nace mujer, se llega a serlo”(1). Esta frase hizo que me cuestionara todas aquellas cosas que daba por sentado hasta ese momento, todas aquellas cosas sobre “la feminidad” y el “ser femenina” que llevé conmigo toda mi vida. Comprendí, gracias a Beauvoir, que uno no es mujer porque natural o biológicamente nace siendo mujer, sino que aquellos roles de género a los que estamos inscritos como “mujeres y hombres” se originan de una construcción social, son impuestos por las sociedades en las que vivimos y nos desarrollamos. Eso ocasionó en mí un cambio, el cual fue inmediato y bastante fuerte, pues me hizo entender que jamás en mi vida debía estar obligada a hacer algo solamente por haber “nacido mujer” o porque el rol de género en el que me habían encasillado decía que era mi función hacerlo, entendí que podía decidir si quería ser madre o no, que podía decidir si casarme o no, que podía decidir sobre mi futuro sin importar todo ese cúmulo de cosas que había oído en la calle, en las revistas, en las películas, en los noticieros, de mis abuelas y que de una u otra manera habían guiado mi actuar hasta ese momento. Básicamente comprendí que era libre de tomar mis decisiones sobre lo que yo quería ser o hacer sin estereotipos, cánones o religiones. Entendí que no debía importarme lo que la sociedad había impuesto para mí y que podía exigir o aspirar a tener las mismas cosas y los mismos derechos que los hombres. Abrí mi mente y mi conocimiento a un mundo que hasta ese momento era mi referente, ese mundo que me había dicho y recalcado toda mi vida que el hombre era el fuerte, el capaz, el poderoso, el que estaba destinado para ocupar posiciones de poder, el dueño y el creador del conocimiento, entre cosas mil más.

Beauvoir por medio de cada una de esas páginas me mostró cuál era el piso académico de la igualdad de género y cuáles eran aquellas premisas iniciales que tanto exigían las mujeres mediante el feminismo. Desde mi lectura de Beauvoir no pude parar de indagar y aprender más y más sobre feminismo, de seguir rebatiendo y replanteando los paradigmas que había interiorizado toda mi vida y que para mí en ese momento eran como “la verdad absoluta”. Fue así como quería entender el feminismo de mi cotidianidad, el de mi alrededor y el de mi contexto y, a pesar de que sentía que Beauvoir y otras autoras me dieron bases para entenderlo, seguía siendo para mí un feminismo demasiado blanco, demasiado europeo y que se alejaba de mi realidad como mujer latinoamericana y más específicamente como mujer colombiana. Entonces comencé a seguir en redes sociales colectivos feministas latinoamericanos y colombianos, de ahí pude hallar una cantidad de mujeres que se dedicaban al feminismo y que escribían sobre sus experiencias y sus contextos latinos y colombianos. Aquel descubrimiento vino acompañado de una clase que tomé en la universidad sobre teorías feministas, el cual me abrió una puerta increíble para conocer y leer sobre mujeres que vivían en contextos muy parecidos al mío, mujeres que narraban y describían a través de sus experiencias lo que era y es habitar una cotidianidad permeada por una cultura patriarcal, una violencia machista y una inclinación al deseo del sexo masculino, con puertas cerradas y “techos de cristal” en campos profesionales y personales. Oprimidas y encerradas en “jaulas” inventadas por una sociedad que rendía (y rinde) a los hombres una veneración excesiva y que las asfixiaba día a día con unos falsos estándares e imágenes impregnadas en el imaginario colectivo sobre las mujeres. Todas ellas, al igual que comencé a sentir yo, cargaban con un “grito a voces” de una urgente  necesidad  de opciones de cambio y transformación social, pero más aún de un deseo desenfrenado de compartir sus luchas diarias y personales, acompañado de un alivio de  desahogo y de comprensión.

Entre estas autoras, me encontré con Rosalva Hernández, una antropóloga mexicana, que se ha replanteado completamente el método epistemológico que hemos utilizado históricamente, las nociones de verdad y objetividad y la forma en la que nos hemos acostumbrado a ver la realidad. Sus planteamientos me hicieron replantear los referentes feministas que tenía hasta ese momento. Hernández en sus textos invita a un intercambio mucho más justo y nutritivo con las comunidades que se estudia y se trabaja, invita a una investigación colaborativa en donde se dé “un nuevo sentido al concepto de objetividad a partir del reconocimiento del contexto histórico y político desde donde construimos nuestro conocimiento”(2), es decir, ella invita construir un conocimiento que tenga en cuenta las experiencias de las comunidades, no sólo en cuanto su aporte epistémico, sino también en un reconocimiento de las experiencias en sus cuerpos, en sus territorios y en sus culturas. Todo ello, permite una liberación de las mujeres desde sus saberes y desde sus experiencias, para que estos puedan a su vez ser acompañados con un diálogo de los saberes de la academia, que les permitan fortalecer sus estrategias de resistencia y transformación. 

El trabajo de Hernández hizo que replanteara mi camino como científica social y que comenzara a debatir aquellos métodos y saberes que la academia me había implantado, métodos que podían ser demasiado violentos, patriarcales y que lo único que hacían era reproducir dinámicas coloniales y  relaciones de poder. Además, Hernandéz con su texto me motivó a seguir explorando y buscando textos escritos por mujeres, pues hasta ese momento, mi biblioteca se componía de una serie de hombres, blancos y europeos. Hernández cultivó en mí el explorar la producción de conocimiento hecha por mujeres, algo que al día de hoy agradezco infinitamente. 

Por otro lado, los relatos expuestos por Hernández en su texto, de cómo el método podía ser efectivo en el trabajo con comunidades, tocó otra fibra en mí, uno bastante idealista y cliché, el deseo y anhelo de ayudar o de ser una herramienta de cambio. Su exposición del método y las anécdotas de éxito en dos comunidades de mujeres muy distintas, me mostraron que la aplicación de este era y puede ser posible de aplicar en contexto colombiano, y que podría ser una herramienta muy interesante y valiosa para trabajar con las comunidades azotadas por la violencia y el conflicto en nuestro país; además de ayudarme a comprender que las experiencias cotidianas, el cuerpo, el territorio, los sueños y los deseos, también tienen una carga de conocimiento muy valiosa que debe ser rescatada y valorada, para lograr una verdadera transformación social y cultural. 

Al igual que el texto de Hernández, me interesé por otros textos latinoamericanos, no sólo por la cercanía de contextos, sino también sentía que tenía una deuda con ellas, una que consistía en valorar su trabajo como mujeres latinoamericanas que han sido subordinadas y han sido desvalorizadas por pertenecer a una región específica, por su color de piel, por su etnia, por su cultura o por su idioma. En esta búsqueda de conocer más sobre feministas latinoamericanas, me encontré con Gloria Anzaldúa, una mujer nacida en los Estados Unidos pero que cargaba con ella una tradición y una cultura mexicana muy fuerte. Su texto Borderlands ha sido uno de mis textos favoritos. En él Anzaldúa, por medio de la elección narrativa que emplea, logró conectarme de una forma muy profunda con su relato, pues hizo que lo sintiera tan personal que sentía que estaba leyendo mi propia vida. En este texto la autora describe cómo fue tener que dejar su hogar, su familia, su madre, su tierra para poder encontrar su verdadero ser, su “naturaleza pura”, despojándose de ese ropaje cultural y personalidad que le impusieron (3). Por medio de esas líneas, Anzaldúa describe aquella cultura en la que creció y que tanto amaba, pero que a la vez despreciaba por estar cimentada en el poder del hombre, en el machismo, en el maltrato, en la violencia, en la opresión, en el catolicismo y en la idea de mujer como sumisa, como ama de casa y como objeto de placer y servidumbre al hombre. Su relato, me hizo recordar aquellas contradicciones, opresiones y absurdos roles a los que estamos inscritas desde pequeñas. pero también me enseñó cómo desde el lugar de la opresión que vivimos cada una, podemos ser más conscientes de otras opresiones, que no viven sólo mujeres, sino también personas negras, homosexuales, indígenas, chicanas, etc. 

Gloria Anzaldúa me ayudó a entender finalmente aquella consigna feminista que tanto resuena en el movimiento “lo personal es político”, pues me hizo ver que todas esas opresiones y subordinaciones que creemos cerradas al hogar y a la vida personal de las mujeres, tienen y deben tener una repercusión y una atención en la esfera de lo público y de lo político, que las demandas de las mujeres deben romper con aquella línea divisoria entre lo personal y lo público. De igual forma, Anzaldúa con su relato y su resonancia en mi cabeza, me hizo entender y reconocer el papel predominante que tienen las emociones en el proceso de la opresión, las cuales pueden ser armas muy poderosas para potenciar la transformación y el cambio en los contextos de las mujeres. 

Para terminar, una última autora que ha marcado mi camino en el feminismo es Dorotea Gómez, una feminista guatemalteca, que implantó en mí la idea de que “el cuerpo es un territorio político porque lo comprometo como histórico y no biológico” (4). Esto me marcó porque, conectado con lo que me enseñó Beauvoir, el cuerpo se vuelve una construcción de ideologías, experiencias, discursos e ideas que justifican la sumisión, la opresión, la violencia y la enajenación. Con ello, puedo llegar a reconocer mi cuerpo como algo que está atravesado por historias pasadas y a su vez, por historias y experiencias personales. 

Siendo consciente de ello, es decir, de qué es y qué implica mi cuerpo,  puedo entender que es un territorio en constante disputa política y que, por medio del feminismo, puedo y debo replantearlo, criticarlo y repensarlo, para realmente habitarlo y construir una historia propia, reflexiva, crítica y completamente mía. Pienso que, al entender el cuerpo de esta manera me permite desligarlo de los presupuestos patriarcales, heterosexuales y heteronormativos que se me han impuesto, puedo adentrarme en el ejercicio de deconstruir y construir constantemente y puedo acompañar esa construcción no sólo por medio de la racionalidad, sino también desde la espiritualidad y las emociones. Esto es algo que me ha fascinado del feminismo, el explorar otros campos que se han considerado banales o de poca importancia, como lo es el cuerpo, las experiencias, las emociones, las sensaciones, la forma, el estilo,  etc.

Quiero terminar esta carta, pidiéndote mamá, que seas mi faro y mi guía cuando me sienta perdida. Recuérdame que no soy una feminista perfecta y que eso está bien, recuérdame que estoy en un proceso de construcción constante y que jamás se deja de aprender, recuérdame cómo fue que empecé, cuáles han sido mis mentoras y mis modelos a seguir, recuérdame que no debo olvidarme nunca de dónde vengo y a quienes debo honrar en este camino del feminismo y recuérdame que vale la pena seguir imaginando y pensando un futuro en donde las mujeres podamos sentirnos seguras, tranquilas, plenas y feministas. 


Notas:

  1. (Beauvoir, pg. 26, 1965)

  2. (Hernández, pg. 85, 2015)

  3. “To this day I´m not sure where I found the strength to leave the source, the mother, disengage from my family, mi tierra, mi gente, and all that picture stood for. I had to leave home so I could find myself, find my own intrinsic nature buried under the personality that had been imposed on me”. (Andalzúa, pg. 16, 1987).

  4.  (Gómez, pg. 265, 2014)



Bibliografía: 

  • Beauvoir, Simone. 1965. “El segundo Sexo”. Hechos y mitos (Tomo 1). Buenos Aires. Ediciones siglo XX.  


  • Hernández, Rosalva. 2015.“Hacia una antropología socialmente comprometida desde una perspectiva dialógica y feminista”. En: Prácticas otras de conocimiento(s). Entre crisis, entre guerras. México: Cooperativa Editorial Retos. Páginas: 83-106. 

  • Anzaldúa, Gloria. 1987. Boderlands/La Frontera: The New Mestiza. pp. 1-25.


  • Gómez, Dorotea. 2014. “Mi cuerpo es un territorio político”. En: Espinosa, Yuderkys; Gómez, Diana y Ochoa, Karina., (ed). Tejiendo de otro modo: Feminismo, epistemología y apuestas descoloniales en Abya Yala, pp, 263-276. Popayán: Editorial del Cauca.


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