Hacia una ética del cuidado para sí
Por: Salomé Bustos
Tras algunas conversaciones que he tenido con personas cercanas a mí –entre las que he de mencionar a las Furias–, me he percatado de la necesidad de encaminar una especie de cuidado que florece a partir de un momento reflexivo para sí, y que figura como condición necesaria al acto de dirigir ese cuidado hacia los demás. Antes de ahondar en ello, considero que es primordial localizar desde dónde surge semejante necesidad, pues como han de ver, emerge de un momento de particularidad o reflexión que me es propio acerca de cómo conciliar un cuidado desde una misma–para una misma y un cuidado desde una misma-–para otros. Esto toma lugar en el marco de un mundo compartido que aún retiene estructuras de poder subyugantes, y en el que son frecuentes –pero no por ello aceptables– una serie de acciones que he de desarrollar más adelante, donde se puede esconder un trasfondo violento hacia la integridad y agencia de una misma. A este propósito, también debo aclarar que con este acercamiento no pretendo recoger todas las perspectivas o preocupaciones que puedan surgir de la experiencia de una mujer en torno al cuidado, como tampoco pretendo cerrarle las puertas a otras lecturas o maneras de situarse en el mundo a partir de un cuidado de sí. De lo contrario, mi intención es hacer una invitación a que reparemos en cómo hemos de cuidarnos: (i) cuando estamos ante nosotras mismas y (ii) cuando nos encontramos ante los demás.
La excepcionalidad de la vida tal y como la conocemos, que se ha revelado ante nosotros en estas instancias de pandemia global, nos ha obligado a alejarnos –al menos en sentido físico pleno– de quienes nos relacionamos habitualmente, al tiempo que nos ha exigido reconocer la fragilidad de la vida humana. Parece que a donde quiera que vayamos, la obligación de cuidar de uno mismo y de los demás está presente ahora más que nunca; de hecho, la integridad psíquica y física de nuestras vidas dependen de ello. Partiré desde mi experiencia en estos tiempos recientes de aislamiento en los que me he dedicado, entre otras cosas, a intentar entender a Hegel. De los planteamientos de este filósofo quiero referirme a uno en particular que viene al caso, y que ha resonado bastante en mi quehacer diario: la libertad como autodeterminación.
Según Hegel (1962) en la Filosofía del Derecho, de la voluntad se desprenden tres momentos lógicos. El primero es la universalidad, entendida esta como la capacidad de distanciarse de cualquier contenido, o en otras palabras, de realizar una abstracción absoluta de toda determinación (§5). El paso hacia el segundo modo lógico de la voluntad surge de la necesidad de radicarse en la particularidad para hacer crítica. En efecto, se ha de determinar un objeto o contenido para poder quererlo (§6). Cabe mencionar que esta instancia de la voluntad finita y particularizante no existe de manera separada al primer modo lógico de la voluntad -universalidad- sino que figura como un contenido de este. Por lo anterior, la universalidad y la particularidad están constituyéndose entre sí: sintéticamente, se reúnen en el concepto concreto de la libertad entendido como singularidad (§7). Aquella es la autodeterminación, o el momento que reúne la voluntad en sentido abstracto -en sí- y la voluntad reflexiva -para sí- (§109). Que la voluntad se autodetermine, y que por tanto, actualice su esencia de ser libre -en sí- en un momento reflexivo de la subjetividad -para sí-, no es otra cosa que el darse cuenta que la autoridad normativa deviene de sí. En consecuencia, el sujeto puede producirse como agente, dado que es él mismo quien tiene el poder de superar la oposición entre el ser y el deber ser, engendrando una voluntad libre.
Encontrarme con tal forma de entender la libertad, que retiene una fuerza profundamente emancipadora, me ha motivado a repensar la ética del cuidado hacia lo que denominare un cuidado para sí. Pues si bien es cierto que la idea del self-care no es para nada nueva, creo que tendría suficiente utilidad repensar el cuidado a la luz de un planteamiento que contempla el devenir de sí.
Ahora bien, la ética del cuidado tampoco es nueva. Surge en la década de los ochentas con la idea de Nel Noddings (1984) de crear una teoría ética feminista a partir de los descubrimientos de la psicóloga moral Carol Gilligan, quien a su vez hace uso de las conclusiones allegadas por su profesor, también psicólogo moral, Lawrence Kohlberg. En forma sumaria, Kohlberg (1958) planteó una teoría sobre el desarrollo del razonamiento moral que contempla seis etapas, todas de las cuales entendían la moralidad -siguiendo los pasos de Kant y Rawls- a partir de valores como la autonomía, la racionalidad y el actuar de modo tal que se pueda universalizar la acción. De esta teoría y numerosos estudios realizados en niños, niñas y adolescentes, Kohlberg concluyó que existía un desarrollo moral diferenciado entre los hombres y las mujeres, y que por lo antedicho, solo los hombres podían llevar a cabo un razonamiento moral adecuado en sentido pleno.
Por su parte, Gilligan (1982) encontró que los resultados arrojados por Kohlberg excluían a la mujer, dado que la metodología empleada se basó en presunciones sobre la moralidad que favorecieron la forma masculina y devaluaron la forma femenina de moralidad. La primera, entiende "lo correcto" a partir del razonamiento universalista y objetivo, que según Gilligan, es propio de los hombres, mientras que la segunda, saca a relucir la moralidad a partir de valores asociados con la mujer, de los cuales se derivan la emocionalidad y el trato relacional basado en el cuidado.
Pese a que la ética del cuidado cobra sus inicios en los rasgos femeninos como pautas morales de comportamiento, y que Noddings insista que su ética del cuidado es en sí misma una teoría práctica que cualquier persona puede aplicar, debo asentar que no comparto, ni quiero reproducir la idea de que una ética del cuidado se deba basar en valores femeninos o masculinos. Por el contrario, este derivado de la ética del cuidado -que a penas estoy esbozando- quiere desechar estos armazones binarios junto con los estereotipos del comportamiento que se desprenden de estos. Así pues, propongo entender el cuidado en su sentido más simple, esto es, como el acto de cuidar o atender una necesidad, bien sea propia o de alguien más. Sumado a esto, quiero plantear que existen dos momentos del cuidado, a saber: (i) el cuidado en sí y (ii) el cuidado para sí.
No me atrevo a afirmar que los seres humanos tenemos la esencia de cuidar, pero sí he de resaltar que el cuidado ha sido, es, y seguirá siendo una constante en la vida humana. Aunque en diferentes grados o modos de ser -como individuos y luego como parte de una comunidad-, el cuidado ha permitido la sobrevivencia de nuestra especie. Sin importar dónde uno se sitúe, el cuidado se mantiene latente. De este modo, considero posible formular el cuidado, primero, como un momento universal en sí. He de reconocer que la palabra universal pueda recordarles a aquello de lo que Gilligan y Noddings querían huir. Sin embargo, en el presente caso mi intención no es impulsar la universalidad como valor, sino como una herramienta que se reduce a explicar el primer movimiento lógico del cuidado que he propuesto.
El cuidado en sí puede ser actualizado en cuidado para sí cuando se parte desde la subjetividad para reconocer que el cuidado debe emanar de uno mismo. Claro está que en la infancia, el ser humano requiere del cuidado de otros -de sus cuidadores o caregivers- para desarrollarse en el mundo. No obstante, llega un punto en la vida de cada ser humano en el que debe cuidar de sí, y en efecto, debe desplegar un movimiento de actualización -desde la particularidad del yo- que convierta el en sí en un para sí. Acá volveré a aludir al planteamiento de Hegel donde este propone que somos seres históricos en constante devenir. Para esto, afirmaré que el momento de actualización que le corresponde a cada persona será diferente, y de nuevo, dependerá únicamente de sí.
Lo que quiero argüir es que el cuidado para sí es menester para desmembrar las relaciones de dominación y subordinación. Pues cuando se tiene cierto grado de cuidado desde uno mismo-para uno mismo, es posible referirse a los demás de modo diferente. Precisamente, cuando aún buscamos que otra persona nos brinde el cuidado que solo nosotros mismos nos podemos dar, se limita el despliegue pleno de nuestra agencia, y asimismo, se genera una especie de dependencia hacia aquello para intentar llenar ese vacío. Respecto a este punto, he de señalar que el cuidado que no se reduce a una necesidad vital se debe dar entre sujetos que se reconocen entre sí como iguales, a través de un intercambio de cuidados.
No es poco frecuente que alguien se aproveche de otro en nombre del cuidado. Con esto no pretendo descalificar lo fructífero que puede llegar a ser el cuidado entre individuos, y más aún, el apoyo mutuo y genuino que se da entre las mujeres. En cambio, quiero arrojar luz a ese fenómeno que seguramente hemos sentido, en el cual se da un cuidado significativo y reiterado, sin que la persona que lo reciba reconozca a quien lo da como igual. Al contrario, quien recibe este implacable cuidado no solo espera que la otra se lo brinde, sino que no tiene dispuesto otorgarle el cuidado al otro si lo fuera a necesitar. De lo antedicho se desprende que, si el cuidado no se da en una esfera de mutuo reconocimiento, la misma figura del cuidado se puede emplear como un manto de violencias que no se han de minimizar.
Para superar las limitaciones que he identificado anteriormente, las invito a que evalúen -cuidadosamente- cada acto de cuidado que realicen hacia sí y hacia los demás. En fin, para adoptar una ética del cuidado para sí, hemos de identificar las relaciones opresivas que se pueden dar en el cuidado cotidiano, al tiempo que hemos de reconocer que el cuidado para sí es condición necesaria al acto de dirigir ese cuidado hacia los demás
Referencias
Gilligan, C. (1982). In a Different Voice: Psychological Theory and Women's Development. Harvard University Press.
Hegel, G.W.H. [1821] (1962). Filosofía del Derecho. Madrid: Gredos
Kohlberg, L. (1958). The Development of Modes of Moral Thinking and Choice in the Years Ten to Sixteen. (Doctoral dissertation). University of Chicago.
Noddings, N. (1984). Caring, a Feminine Approach to Ethics & Moral Education. [pp. 7-29]. University of California Press.
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